Una conversación de lo más normal que probablemente hayas tenido o escuchado en algún momento.
Empieza con alguien exclamando a los cuatro vientos un: «¡Me duele la espalda!». Y de repente otra alguin le responde un: «¡A mi también!».
En esto que otro tercer alguien entra en juego y dice: “¡Oh!. ¿Y hacéis algo para reducir el dolor?”.
Ambos responden al unísono: “¡Yo no hago nada!”.
A lo que el tercer alguien así extrañado pregunta: “¿Y por qué no?”.
Aquí me imagino que ya sabes la respuesta, ¿verdad?.
¡Porque no tengo tiempo!. Todo un clásico.
Se te ha hecho familiar la historia. Probablemente si.
Aquí un apunte de lunes. Si eres de los que piensan que el tiempo es el principal impedimento para no hacer nada, tengo que decirte (algo que ya sabes) que no es más que una mera excusa. Porque lo sabes.
– No, no es una excusa. ¿Tú sabes el lío diario que tengo?. Que si madruga. Que si despierta a los niños (hablo en plural) con sus desayunos, sus vestirse y sus peinados para ponerlos a punto y salir lo menos tarde posible por la puerta de la casa. Que si llevarlos al cole. Que si ir a trabajar. ¡A trabajar!. Y sacar todas las tareas adelante.
Si, sé de que me hablas. Si, yo también tengo estrés. A mi también me duele la espalda. Pero con una pequeña diferencia, me ocurre en días contados porque trato de hacer esas cosas que me generan bien para que el dolor de espalda a parezca cuanto menos mejor, para controlar el estrés en la medida de lo posible.
Mi principal herramienta: la actividad física y el ejercicio.
Mi truco. Utilizar una manera de hacerlo que a mi me resulta muy útil. ¿Por que´?. Básicamente porque los ejercicios que hago se adaptan a mi, no yo a ellos. Me explico. No necesito ponerme ropa deportivo, ni ir al gimnasio, ni utilizar ningún tipo de material específico. Lo hago tal y como voy, con lo que tengo y cuando toca. Esto último es lo único que hago de esfuerzo, de adaptarme el ejercicio.
Déjame que te cuente mi secreto con un vídeo: